Glorio se ha ido y hay que encontrarlo, no sabemos nada de él, pero contamos con la magnífica capacidad de mis neuronas para leer entre líneas, interpretar sus huellas y seguir su rastro. Puede que el camino sea largo, pero confiad en mí, le atraparé.


martes, 19 de julio de 2011

Capítulo V

Cuando se apagaron las luces y me tumbé en la cama cerré los ojos, había sido un día largo, sentía las rodillas pesadas y me dolía un poco la cabeza.

Suspiré y me sorprendí mirando al techo, algo me molestaba terriblemente.

“Qué extraño” pensé, me tapé minuciosamente, quizás era eso, o la almohada, o el pijama.

Cambié de postura, quité la almohada, me arregle la camiseta y volví a fijarme en el techo mugriento, no, no era eso. Me destapé inquieto y reflexioné “¿qué me pasa? …Quiero quedarme dormido y no puedo... ¿Por qué?”

Y es que hasta donde llegaba mi memoria no era capaz de recordar una sola vez en la que hubiera tardado más de tres minutos en quedarme dormido. Esa noche solitaria y fría, en la lejana y gris Ankara, estaba siendo mi primera y terrorífica noche de insomnio.

Tan grande era mi ignorancia en esa materia que cuando entendí que no podría dormir me pregunté si las horas de oscuridad, esas en las que toda mi vida había dormido como un lirón, pasaban a la misma velocidad que las horas del día. Después de estar removiéndome inquieto en la cama durante un buen rato, cada vez más nervioso y angustiado, entendí que no. No pasan a la misma velocidad, las horas nocturnas son mucho más lentas y agotadoras que las diurnas.

Me levanté de la cama con cuidado y sin hacer ruido, ya me había acostumbrado a la falta de luz y veía perfectamente las siluetas de las cosas de la habitación. Vi a Amelia y Robert, que habían juntado sus camas y dormían muy cerca, me exasperé unos  segundos, alejando un poco más cualquier posibilidad de quedarme dormido.

Era eso, varios temas me atormentaban y yo no estaba acostumbrado al tormento. Seguí paseando por la habitación, elucubrando sobre Amelia, el alemán y Glorio. Todo ese remolino de ideas era inútil y desesperante, solo descubría nuevas preguntas, ninguna respuesta, y eso hacía que me sintiera cada vez más desconcertado y temeroso.

Para intentar alejarme de esa espiral de pensamientos infinitos y dañinos me acerqué a la ventana. Estaba nevando con fuerza, las aceras se veían desiertas y una farola solitaria que parpadeaba iluminaba la calle de en frente. Un perro escuálido se acercó desde la lejanía.

Me senté en el marco y le contemple. No parecía que el frío le importara lo más mínimo, andaba tranquilamente y por el balanceo repentino de su rabo cualquiera diría que se alegraba de ver a la soledad.

“Perro  afortunado” me dije envidioso “seguro que tú puedes dormir esta noche…”

Amaneció de pronto. Bajamos a desayunar y mientras esperábamos a que nos sirvieran algo para beber  Amelia habló:

_Queríamos hablar contigo…_ empezó

Llegó la bandeja con los cafés y Amelia se detuvo. Olfateé mi taza y di un par de sorbitos, el aspecto de mi cortado era estupendo pero había algo en el sabor que no me convencía, levanté la vista extrañado y Amelia continuó.

_ Es sobre Robert.

_ Aaah… Robert…_ e hice una pausa para contemplar al alemán_... Robert, ¿eh? qué interesante…

E inmediatamente volví a fijarme en el café “este sabor me recuerda a algo…pero ¿dónde he probado yo algo así?”, no era capaz de recordar.

_No te habíamos dicho nada porque no sabíamos como reaccionarías…

_A ha…_ contesté removiendo el liquido marrón con la cucharita, el fallo tenía que ser de la leche porque el aroma del café era aceptable, incluso bueno_ ¡Camarero! ¡Venga aquí por favor!

Empecé a pensar en cómo expresaría mi disgusto por el sabor extraño de mi cortado mientras Amelia continuaba con uno de sus interminables bla blás.

_ …en resumen: que Robert es gay _sentenció

El turco acababa de llegar pero no le dije nada acerca del café. Guardé silencio y aunque me esforcé en mantener el semblante serio no pude retener la alegría y la expresé con sonoras carcajadas de felicidad “¡Robert gay….es gay…gay!” me repetía por lo bajo, ilusionado.

Glorio se unió a la fiesta y rodeó mi hombro con su brazo.

_!Amelia! y Glorio está aquí, ¡ya podemos volver a casa!

Pero Amelia seguía sentada.

_Ya hemos encontrado a Glorio_  repetí levantando la voz, pero ella ni siquiera me miraba, sólo sonreía cada vez más lejos, ajena a todo y, lo peor de todo, ajena a mí.
.
_¡¡Amelia, escucha!... ¡es Glorio!!... ¡Amelia vuelve!!

Mi voz empezó a doler, se tornó angustiosa hasta desaparecer, en pocos segundos fui incapaz de emitir ningún sonido, Glorio se había esfumado y era el alemán quién me abrazaba, impidiendo que me moviera.

_Despierta…_ dijo una voz _  Hemos de irnos…

Volví a sentir mis rodillas, y mi dolor de cabeza y mi respiración. Amelia me estaba zarandeando con cuidado, me había quedado dormido en el marco de la ventana, envidiando a un perro raquítico

Bajamos adormecidos al Hall del hotel, aun no había amanecido y Mustafá seguía roncando en uno de los sofás de la recepción.

Me despedí en voz baja, a algunos metros de distancia, consciente de que probablemente nunca más volvería a verle y de que había sido un placer conocerle. Me dirigí a la salida arrastrando los pies y abrí la puerta.

No había absolutamente nadie en la calle y las aceras se habían helado.

_ ¿Dónde vamos? _ pregunté en voz baja, concentrándome en mirar donde pisaban mis pies para no resbalar con ningún charco congelado.

_ Vamos a Trabzon, es una ciudad quee stá de camino a Hope, hemos de buscar a alguien que nos lleve_ me contestó Amelia sin ni siquiera mirarme.

"Glorio está de camino a Hope..." me acordé

_ ¿autostop? _pregunté levantando la voz y la vista _menuda estupidez…

Sabía que ese comentario podía molestar a Amelia pero me daba absolutamente igual, si alguien tenía que estar resentido esa mañana era yo.

Continuamos avanzando en silencio, el viento aullaba entre las esquinas desiertas y oscuras, poco a poco fue amaneciendo y aunque el tiempo no mejoró, y seguía tronando de vez en cuando, las calles de la ciudad fueron cobrando vida.

Como si se tratara de una coreografía ensayada todos los habitantes de Ankara fueron cubriendo sus puestos, llegaron los vendedores, los compradores, los paseantes, los escolares, los autobuses úrbanos, los repartidores de correos.. llegaron todos y sabían perfectamente dónde tenían que ponerse, por dónde tenían que ir y, en apariencia, por qué hacían lo que estaban haciendo. 

Tuvimos que ralentizar el ritmo para no molestar a nadie con nuestras pesadas mochilas. Me alejé algunos metros de la parejita pero no los perdí de vista, A veces Robert la rodeaba con su brazo y Amelia se dejaba caer sobre el costado. Cada vez estaba más seguro y amargado, nunca encontraríamos a Glorio y , aunque procuré mantenerme siempre a la misma distancia, me sentía cada vez más lejos de mi mejor amiga.

Caminamos por delante de la estación de autocares pero pasamos de largo, no era un sistema lo suficiente aventurero para ellos. Me indigné y comenté lo poco inteligente que me parecía esa actitud pero, fuera por la distancia o porque no querían responderme, daba la impresión de que mi aportación no había llegado a ninguna parte y que se había perdido en el camino.

Entre pausas y empujones conseguimos atravesar el bazar, encaramos una avenida ancha y menos transitada y pudimos volver a acelerar el paso. Tan concentrado estaba en donde pisaba y en mí mismo que cuando me fijé en lo que nos rodeaba parecía que ya no estábamos en Ankara

Habíamos llegado a un escenario vacío, un escenario sin coreógrafos, era un barrio de las afueras en el que no había ni un alma en la calle. Las aceras no estaban terminadas y los edificios de alrededor estaban en construcción. Todos estábamos ya cansados y el frío se nos clavaba agresivo en los huesos, pero no paramos hasta que Amelia tiró su mochila sobre un pedazo de plástico y dijo que estaba agotada.

Un trueno hizo que los tres levantáramos las vista hacia al cielo, empezó a chispear aguanieve. Amelia me miró y yo me enfadé, además no recordaba por qué no había traído ningún chubasquero para el viaje pero, dentro de mí, también culpaba a Amelia de eso.

Enfadado y sin decir nada me arrastré a mí y a mis cosas bajo una lona impermeable  usada, probablemente, para resguardar material de construcción.

_ Buuuneno…_ dije alargando la “u” _ …¿y el plan de los señores vendría siendo?

Amelia y Robert me siguieron  pero no contestaron. Me senté y, mientras los cielos tamborileaban el techo de plástico que nos cubría, les di la espalada.

Por el rabillo el ojo vi que alemán sacaba un libro de las entrañas de su bolsa y, en una postura perfecta, con la rodilla doblada en un ángulo lo suficientemente estético y la espalda apoyada en mi amiga, empezaba a leer. 

A Amelia le brillaron los ojos al ver ese gesto, "puaj" pensé. Volví hacia mi mochila, saqué algo de comer y mientras masticaba miré a Robert como un rumiante cuando mira a la nada “¿Será verdad? pensé ¿será verdad que éste tipo sabe dónde está Glorio?”

Seguí masticando con fuerza, el frío había congelado mi barrita de cereales y estaba muy dura. Me cansé de masticar e intenté tragar de golpe pero no funcionó, empecé a toser de forma nerviosa y desesperada, me estaba atragantando, Amelia  intentó ayudarme.

Por algún motivo mientras mi garganta se esforzaba en mover el pedazo de comida y Amelia me daba golpecitos en la espalda mis ojos asfixiados y llorosos se centraron en las páginas del libro que Robert tenía en sus manos.

“Un momento” me dije “ese libro está al revés”, e intenté decirlo a Amelia a modo de noticia acusadora, pero fue inútil, mis cuerdas vocales seguían ocupadas tosiendo, la miré , suplicante "¡mira Amelia, no está leyendo! no está leyendo!" quise haberle dicho, pero seguía ahogándome y no podía hablar, eso me dio tiempo para reflexionar.

"No te precipites, no le acuses todavía, ella se pondría de su lado, además a lo mejor en Alemania tienen un alfabeto al revés " Miré a mi amiga, por su cara de susto adiviné que me estaba poniendo azul " hay algo en ese alemán que no es cebada limpia" Amelia empezó a pegarme realmente fuerte "o trigo limpio...o como se diga" las lagrimas me nublaron la visión pero mi cuerpo reaccionó a tiempo:

_Cof, cof, cof…_ el pedacito rebelde salió disparado al fin y recuperé el aire y la capacidad de hablar 

_ Gracias Amelia…_ comente cogiendo aire a bocanadas_... y una pregunta… ¿el alemán y el español tienen el mismo alfabeto?

_ Sí…_ me contestó con cuidado, sin entender muy bien a qué venía la pregunta.

“Comprendo…” me dije en voz baja y algo hizo que Robert también porque cuando Amelia aún estaba hablando nos miró de reojo y volteó el libro apresuradamente.

Empezó a oscurecer y cada vez parecía más probable que nos quedáramos a dormir bajo esa  tela impermeable. No daba la impresión de que a ellos les preocupara, Amelia y el alemán empezaron a hablar, Robert sacó su saco de marca europea que aguantaba hasta menos treinta grados bajo cero y lo señaló tranquilo.

“Maldita Amelia, tampoco trajo mi saco de cuando era Boy scout, ¡se lo dije!”

Me senté y crucé los brazos refunfuñando.

Cada vez nevaba con más fuerza, me ajusté la parca y empecé a enumerar mentalmente todos los motivos por los que Amelia y Robert eran los culpables de absolutamente todo.

De pronto, y sin que yo le prestara mucha atención, Amelia se levantó apresurada y se dirigió a la carretera levantando la mano. Los frenos de un autocar turístico empezaron a chirriar de forma desagradable hasta detener el gran vehículo.

_¡¡Van dirección Tabzon!!_ gritó Amelia desde la puerta del automóvil, resguardándose de la lluvia con la mano.

Ni el alemán ni yo nos resistimos a la oferta. Cogimos nuestras cosas y corrimos hacia ella, sonreímos al conductor y después de limpiarnos los zapatos con la alfombrilla entramos al interior.

Robert y Amelia se sentaron delante de mí. Un azafato se acercó a ellos y les dijo algo en inglés con acento turco.

- hemm… – carraspeó Amelia mirándome tímidamente – dice que son cincuenta turkish lira… (unos 25 euros…)

Pague encantado y pedí algo de beber. Mientras entraba en calor y  acomodaba mi espalda sobre el cómodo respaldo reclinable del asiento de lujo, llamé a Amelia tocándole el hombro.

_Oye, Oye…- dije como si no viniera a cuento- me encanta hacer autostop...pero la próxima vez podemos ir directamente a la estación de autocares.

Incomprensiblemente el comentario no le hizo ninguna gracia.

Y así, mucho más ordenada y civilizadamente que como proponía el vikingo germánico que lee al revés nos dirigimos a Trabzon, donde quizás, porque eso nunca se sabe, estaría el perseguido, el ansiado, el eternamente codiciado, pero sobre todo el impresentable que se fue de nuestras vidas sin decir nada, el que se aparece en sueños: Glorio.   

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